jueves, 13 de diciembre de 2012

¡Viva el rey de los Nonualcos!

“Los ricos criollos [de San Vicente] se habían refugiado en la iglesia tratando de resguardar sus riquezas bajo el mando de Aquel que abominó delos potentados y consagró su vida a la pobreza y a la humanidad. Los indios no se atrevían a entrar, atacar el templo. Siglos de prédica opresora les había infundido un fanático temor frente a la divinidad de los blancos, frente a aquel Dios que podía fulminarlos si se decidían a atacar su morada. Parecía que la estrategia criolla daría resultado. Desde una torre de la iglesia, el cura lanzaba anatemas contra los ejércitos indios. Pero el valor del Tayte logró dominar el pánico y la iglesia fue tomada por las huestes nonualcas.IV.

Y allí, en esa iglesia de pueblo, Anastasio Aquino consuma su más formidable acto reolucionario, el de que lo consagra como líder, como precursor de los que muchos años después señalaría la religión como un opio que adormece los instintos de la libertad del hombre y los somete a la explotación de quienes —en nombre de Cristo— se alimenta con la sangre, el sudor y las lágrimas de los desheredados.

Para demostrar a los indios la falsedad de los castigos con que los amenazaba el cura, para que se convencieran de que ningún rayo celeste los abatiría por sacrilegio, Aquino trepó al camarín que resguardaba una ridícula imagen de San José y, derribándola, se ciño la corona y se cubrió con el manto de la estatua constituyéndose así, a los ojos de los indios, en el gran demoledor de la mentira católica, en redentor auténtico de la raza oprimida, en verdadero apóstol de aquel que dijo 'Bienaventurados los humildes, porque ellos poseerán la tierra'.”

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